Los relatos del ÉXODO se mueven entre dos puntos geográficos precisos: Egipto y el
Sinaí. Allí se desarrollaron los acontecimientos que hicieron de Israel el
Pueblo de Dios: la salida de Egipto, el paso del Mar Rojo y la Alianza del Sinaí. El
recuerdo de estos acontecimientos se grabó para siempre en la memoria de
Israel, y se convirtió en el fundamento mismo de su fe. Por eso, el libro del
Éxodo ocupa un lugar prominente entre todos los libros de la Biblia, y ha sido llamado
con razón el "Evangelio" del Antiguo Testamento.
El Éxodo puede dividirse en dos partes principales. La primera relata la gesta del Señor, que oyó el clamor de los israelitas esclavizados en Egipto y los hizo pasar de la esclavitud a la libertad en medio de grandes portentos. El punto culminante de esta primera parte es el canto triunfal de Moisés que celebra la liberación de Israel y la victoria del Señor sobre los enemigos de su Pueblo (Ex.15. 1-21). El relato de esta acción divina es la que da su nombre a todo el libro, ya que "éxodo" significa "salida".
La segunda parte describe el encuentro del Señor con Israel en el monte Sinaí. Después de haber manifestado su amor y su poder, Dios establece su Alianza con los israelitas y promulga su Ley por medio de Moisés. En virtud de esta Alianza, Israel pasa a ser la "propiedad exclusiva" del Señor y a constituir una nación santa, es decir, totalmente consagrada a Él.
Las narraciones del Éxodo son la epopeya nacional de Israel. En la formación de la misma, desempeñaron un papel decisivo las fiestas y celebraciones cultuales. La liturgia pascual, sobre todo, rememoraba y actualizaba aquellos grandes acontecimientos del pasado, para que todas las generaciones de israelitas pudieran revivir la salida de Egipto y renovar el compromiso asumido por el Pueblo de Dios en el Sinaí.
El Éxodo puede dividirse en dos partes principales. La primera relata la gesta del Señor, que oyó el clamor de los israelitas esclavizados en Egipto y los hizo pasar de la esclavitud a la libertad en medio de grandes portentos. El punto culminante de esta primera parte es el canto triunfal de Moisés que celebra la liberación de Israel y la victoria del Señor sobre los enemigos de su Pueblo (Ex.15. 1-21). El relato de esta acción divina es la que da su nombre a todo el libro, ya que "éxodo" significa "salida".
La segunda parte describe el encuentro del Señor con Israel en el monte Sinaí. Después de haber manifestado su amor y su poder, Dios establece su Alianza con los israelitas y promulga su Ley por medio de Moisés. En virtud de esta Alianza, Israel pasa a ser la "propiedad exclusiva" del Señor y a constituir una nación santa, es decir, totalmente consagrada a Él.
Las narraciones del Éxodo son la epopeya nacional de Israel. En la formación de la misma, desempeñaron un papel decisivo las fiestas y celebraciones cultuales. La liturgia pascual, sobre todo, rememoraba y actualizaba aquellos grandes acontecimientos del pasado, para que todas las generaciones de israelitas pudieran revivir la salida de Egipto y renovar el compromiso asumido por el Pueblo de Dios en el Sinaí.
Por eso, el libro del Éxodo no es una "historia" en el sentido
moderno de la palabra: es un testimonio nacido de la fe, el reconocimiento de
que la existencia de Israel como nación no es obra de los hombres, sino una
creación de Dios.
Moisés nació en Tanis hacia el año 1300 a. C., cuando la opresión de los egipcios hacia
los hebreos era terriblemente dura e insoportable.
En la vocación y misión de Moisés el autor bíblico ha dejado trazado el
esquema permanente de toda “vocación”. El teólogo redactor nos subraya que el contacto con Dios no es algo que pueda alcanzarse mediante técnicas de
contemplación u oración. La verdadera revelación es siempre el resultado
de un acto absolutamente libre por parte de Dios, porque Dios tiene siempre la
iniciativa y porque Dios es esencialmente inmanipulable.
Moisés
aparece como
quien se niega a hacerse cargo de una difícil misión y eso porque es importante
que aparezca ante el pueblo que se trata de hablar en nombre de Dios y no por propia iniciativa. Para
no hacerse cargo de la misión Moisés pone toda clase de dificultades. Una de esas dificultades, quizá la decisiva,
es exigirle a Dios que le revele su nombre. Pero el nombre propio, en la
mentalidad judía bíblica, es el fundamento del poder de Dios y, quien conoce dicho
nombre, tiene a su disposición el poder divino. Si Dios revela su nombre pierde
su independencia. Por eso Dios se niega a dar su nombre, por eso contesta: “YAVE”
o sea:Yo soy el que soy, o Yo soy lo que Yo soy. De allí en adelante el pueblo
de Israel empleará esa
respuesta como
el nombre propio de Dios.
Hoy día se
acepta casi con unanimidad que la fecha del éxodo es el siglo XIII a.
C., bajo Ramsés II faraón opresor y Merneptah faraón de la salida.
El éxodo
primero, por ser, para el pueblo en su relación con Yavé, una etapa de
“noviazgo juvenil”, por ser una etapa de pueblo-recién-constituido, y de pueblo
recién llamado-por-Dios mismo a lograr su plenitud, por ser una etapa de alianza-recién-pactada,
aparecerá, más tarde, como la etapa de comunidad ideal, hacia la cual hay que
esforzarse continuamente por volver.
Otro de los
sentidos más profundos que contiene el relato del Exodo es el de poner ante los
ojos de todo el pueblo de Israel
que Dios siempre cumple su palabra. El hará todo lo que haga falta para
ello, pero su palabra no quedará sin cumplirse.
El
pueblo de Israel
aprendió a ver la intervención de Dios en todo proceso de liberación que
afectara al pueblo entero. Dios, decía el pueblo después de su experiencia en el éxodo, se
“arremangará” y hará todo lo que haga falta con todo su poder, para que su
pueblo sea un pueblo que pueda servirlo en libertad. Por eso, el pacto de la Alianza empezará diciendo:
“Yo soy el Dios que te libero de la esclavitud, por eso no...” Desde el punto
de vista de los egipcios, Moisés y los judíos no eran sino unos subversores,
unos rebeldes contra “el orden establecido”. Desde el punto de vista de Dios,
el éxodo es una ruptura con el “desorden” establecido y que siempre es visto
como “orden” por los opresores. El éxodo viene, entonces, a significar que todo
hombre debe salir de “Egipto” cada día.
Aclaremos,
finalmente, que cuando el pueblo de Israel ve a Dios interviniendo en su
historia de una forma tan palpable y concreta no es porque el pueblo de Israel
no fuera realista sino porque, para el pueblo de Israel, Dios es tan real o más
que cada suceso de la vida diaria y su historia no puede ser comprendida,
asumida o explicada, sino a la luz de la fe.