23.3.09

VIERNES SANTO

Viernes Santo
Primera: Is 52, 13- 53,12; Salmo 30; Segunda: Hb 4-14-16; 5, 7-9; Evangelio: Jn 18, 1-19, 42
Viernes Santo
Viernes Santo


Sagrada Escritura

Primera: Is 52, 13- 53,12
Salmo 30
Segunda: Hb 4-14-16; 5, 7-9
Evangelio: Jn 18, 1-19, 42






Nexo entre las lecturas

Las lecturas de la liturgia de este viernes santo se centran en el misterio de la Cruz. Misterio que no alcanzamos a agotar o a comprender plenamente, por más que reverentemente nos acerquemos a él. Sin embargo, en las lecturas de la celebración de la Pasión hay un elemento común, como bien anota Hans Urs von Balthasar : todo lo que aquí tiene lugar es “propter nos”, “a favor nuestro”. Todo lo que tiene lugar es expresión del maravilloso designio de salvación de Dios que ha hecho cosas grandes en favor de los hombres. El siervo de Yahveh de la primera lectura, prefiguración de Cristo, sufre de forma vicaria por su pueblo. “El castigo que nos trae la paz cayó sobre él y por sus llagas hemos sido curados”. El sumo sacerdote de la carta a los Hebreos, en la segunda lectura, se ofrece en medio de lágrimas y angustias y se convierte así en autor de nuestra salvación. El Rey de los judíos que nos muestra la pasión de san Juan “cumple en favor de los hombres todo lo que estaba de él escrito en la Sagrada Escritura”.

Mensaje doctrinal

1. Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre. En el cuarto cántico del siervo de Yahveh leemos: “Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca”. Queda patente pues la libre decisión del siervo de ofrecerse en rescate por sus hermanos. Jesús, prefigurado en el cántico, acepta de modo libre y voluntario la misión que le ha correspondido en la salvación de los hombres. Podemos decir que hay un perfecto “acuerdo” entre el amor del Padre y su designio redentor, y el amor de Cristo y su plena disponibilidad al sacrificio.

“Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17_18; 4, 15; 5, 7_9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4_6; Mt 26, 53). (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica 609).

El cristiano está invitado a aceptar libremente la voluntad de Dios sobre él como un camino de redención y salvación. Es necesario mirar a Cristo y ver su hoja de ruta, su ejecutoria, para darse cuenta que la voluntad de Dios no es fácil de comprender, ni de vivir con fidelidad; sin embargo, no cabe duda que es una voluntad salvífica. “Dios quiere que todos los hombres se salven”. Cuando nos resistimos a aceptar la voluntad de Dios, sobre todo cuando ésta supone sacrificio, dolor y muerte, nos resistimos también a aceptar su amor. Cristo nos enseña que en la humilde, pero gozosa y fiel sumisión a la voluntad del Padre, se encuentra el camino del amor. Cristo mismo experimentó la sensación de abandono por parte del Padre en la cruz, Dios mío, Dios mío , ¿Por qué me has abandonado?

“El grito de Jesús en la cruz, queridos hermanos y hermanas nos dice Juan Pablo II-, no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la salvación de todos. Mientras se identifica con nuestro pecado, « abandonado » por el Padre, él se « abandona » en las manos del Padre. Fija sus ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que sólo él tiene de Dios, incluso en este momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto. Sólo él, que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente qué significa resistir con el pecado a su amor. Antes aun, y mucho más que en el cuerpo, su pasión es sufrimiento atroz del alma. La tradición teológica no ha evitado preguntarse cómo Jesús pudiera vivir a la vez la unión profunda con el Padre, fuente naturalmente de alegría y felicidad, y la agonía hasta el grito de abandono. La copresencia de estas dos dimensiones aparentemente inconciliables está arraigada realmente en la profundidad insondable de la unión hipostática”. Novo Millennio Ineunte 26


2. Jesús es entregado según el preciso designio de Dios. Es un misterio el designio preciso de Dios por el que Jesús es entregado al sufrimiento y a la muerte. “La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar, en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios”. (Catecismo de la Iglesia Católica 599).

Jesús es entregado según el designio de Dios, pero Jesús, al mismo tiempo hace oblación de sí mismo. Nadie le quita la vida, él la da por sí mismo. He aquí el “acuerdo” pleno de voluntades: la voluntad del Padre, la voluntad del Hijo.

Es preciso que cada cristiano descubra en su propia vida el “designio preciso de Dios”, que lo medite en su corazón, que se adentre en la voluntad salvífica del Padre y que, como Cristo, preste su pleno consentimiento a la misión que se le encomienda. Cada uno tiene su tarea en la vida, tiene su misión que debe cumplir. Misión ardua, pero que si se realiza mirando a Cristo e imitándolo, se convierte en misión fecunda y plena de satisfacciones. No temamos la cruz que el Señor nos regala, pues es una cruz de amor. No temamos los golpes de Dios, pues son golpes de amor.


Sugerencias pastorales

1. El cumplimiento de la propia misión en el amor. La contemplación de Cristo muerto en cruz nos confunde, pero al mismo tiempo nos adentra en el amor y en el sentido de la propia existencia. Mi vida vale el cuerpo y la sangre del Hijo de Dios; mi vida ha sido objeto del increíble amor del Padre de las misericordias. Por eso, mi vida tiene un valor en la historia de la salvación. Como cristiano he sido injertado en el misterio de Cristo y voy reproduciendo día a día los misterios de Cristo, como diría san Juan Eudes:

“El Hijo de Dios quiere llevar a término en nosotros los misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del bautismo y de la sagrada eucaristía, y haciendo que llevemos una vida espiritual e interior, oculta con él en Dios. Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos y resucitemos con él y en él”.

Así pues, injertados en Cristo, por el bautismo, vamos reproduciendo con nuestra vida su misterio, vamos completando en nosotros lo que falta a la pasión de Cristo. ¡Que nadie se sienta excluido! ¡Que todos hoy perciban el valor de su vida cristiana escondida con Cristo en Dios! La contemplación de la cruz debe ponernos nuevamente en pie y por los caminos de la misión. Cristo en cruz me ha asociado a su misterio de cruz y a su gloriosa resurrección.


2. El abandono en la voluntad de Dios. Este día nos ofrece la ocasión de renovar nuestra incondicional adhesión a la voluntad de Dios, aunque esta voluntad me exija desprendimiento y sacrificio. George Bernanos en una página célebre de su “diálogo de las carmelitas” hace exclamar a la madre María de la Encarnación:

Una sola cosa importa,
y es que valientes o cobardes,
nos hallemos, siempre, en donde Dios nos quiere,
fiándonos del Él para el resto.
Sí, no hay otro remedio para el miedo
que arrojarse ciegamente en la voluntad de Dios,
a la manera que un ciervo perseguido por los perros,
se arroja en el agua fresca y negra.

(Madre María de la Encarnación a Sor Blanca).

Octavio Ortiz

Fuente Catholic Net